*Dificultad para conciliar el sueño al acostarse (insomnio inicial, el más común de los tres).
*Despertarse frecuentemente durante la noche (insomnio intermedio).
*Despertarse muy temprano por la mañana, antes de lo planeado (insomnio terminal).
Esto impide la recuperación que el cuerpo necesita durante el descanso nocturno, pudiendo ocasionar somnolencia diurna, baja concentración e incapacidad para sentirse activo durante el día.
Varios son los determinantes de este trastorno de sueño. Factores como el estrés, la elevada activación del organismo o la depresión son relevantes. En la actualidad, es frecuente la prescripción de fármacos para el tratamiento a corto plazo del insomnio. Sin embargo, no constituye una solución adecuada a mediano y largo plazo, prefiriéndose evaluar en estos casos otras técnicas, como la terapia conductual o cognitiva. Un asunto de primer orden en el abordaje de este trastorno (el insomnio es en realidad un síntoma, y no una enfermedad) consiste en instruir al paciente acerca de los principios de la llamada profilaxis o higiene del sueño.
El acto de dormir es fundamental para el organismo, con una finalidad restauradora: es esencial para la conservación de la energía y la termorregulación, y en general para que podamos ser capaces de tener un grado satisfactorio de vigilancia y atención durante el día. De modo que la falta o una calidad pobre del mismo puede traer consecuencias tales como:
*Depresión.
*Falta de concentración
*Somnolencia diurna
*Cansancio
*Irritabilidad
*Mala memoria
*Desorientación
*Ojeras
*Accidentes de tráfico y laborales etc.
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